martes, 9 de febrero de 2016

TENGO UN HIJO AL QUE NO ESPERABA

Al principio no lo podía creer… o no quería. Nadie me advirtió que algo podía ser diferente en el desarrollo de mi hijo así que el día que nació, la noticia de que podía tener Síndrome de Down nos tomó por sorpresa; a mi esposo primero, porque al genio del pediatra se le ocurrió que era buena idea soltárselo así: sin advertencia. Después a mí cuando el hombre maravilloso con el que me casé, me dijo con todo el tacto (y el miedo) del mundo la sospecha que le habían comunicado.

Y a partir de ése momento mi mundo cambió, porque yo estaba preparada para el “todo va excelente” de las consultas prenatales, tenía mil expectativas respecto a la crianza de mi hijo, lo amaba (aún lo hago) profundamente pero no sabía absolutamente nada de lo que hay que saber cuándo se recibe a un hijo distinto al que una imaginaba, sólo tenía miedos y mitos rondando en la cabeza y no me sentía preparada. Tiempo después comprendí que no era distinta de otras madres, que todas, por lo menos con el primer hijo están llenas de miedos y mitos y sienten de pronto que no están preparadas.

Semanas después, nos confirmaron el diagnóstico, y los miedos se habían calmado un poco después de tantas visitas a varios médicos y de muchas buenas noticias: gracias a Dios la salud de nuestro hijo no está afectada por la mayoría de los padecimientos asociados a su condición y eso, de alguna manera, nos quitó un peso de encima (uno grandote). Para entonces la obstinada que vive en mí había tomado las riendas y decidido que pasara lo que pasara NADIE nos iba a decir lo que nuestro hijo podía o no podía hacer, que eso lo iba a decidir él y nosotros simplemente estaríamos ahí para apoyarlo. Iniciamos el camino del aprendizaje, de buscar opciones y compararlas, de leer y escuchar experiencias de otros padres que habían pasado por algo similar, de escuchar expectativas de las personas alrededor y desecharlas delicadamente. Este proceso nos fortaleció y unió mucho como familia y hoy, al verlo en retrospectiva agradezco que no haya sido diferente.

El camino no ha sido sencillo, pero puedo decir que lo he disfrutado inmensamente, al lado de mi esposo que le ha entrado a cada “experimento” que se me ha ocurrido para brindarle a nuestro hijo un ambiente propicio para su desarrollo: la lactancia obstinada (porque se supone que debía ser muy difícil), el porteo desde el primer día (porque alguien me compartió los beneficios que le daba a nuestro hijo), las horas en internet averiguando sobre centros e instituciones que pueden apoyarlo, los miles de kilómetros de viajes recorridos para encontrar al terapeuta en el que confío, y gracias al cual mi hijo ha logrado tanto, porque nunca lo vio limitado, sino siempre capaz de ir hacia adelante. Y las miles de cosas que sin duda faltan por descubrir y que al proponérselas (a mi esposo) me mirará con ésa mezcla de asombro y confianza que conozco tan bien y me dirá: “Como quieras mi amor, yo te apoyo”. (Te amo por eso)

Mi precioso chiquillo me ha enseñado a desbaratar prejuicios dando siempre lo mejor de sí, mostrándonos que el camino más largo es también el que más se saborea, en el que los pequeños triunfos saben a grandes victorias y donde cada paso cuenta. Me ha enseñado que la paciencia es la mejor amiga de una mamá y que ir contra corriente puede ser muy bueno. Mi hijo me ha enseñado que, después de todo, ser obstinada no es un defecto porque así es como una logra aferrarse a los sueños. Al ser su mamá he aprendido a decir “NO, GRACIAS” a los consejos inútiles, a defender lo que sé que es mejor para él, a maravillarme cada día con lo que mi hijo SÍ puede. Con él he aprendido a pedir ayuda y reconocer que me equivoco.

Hoy te escribo a ti “mamá del niño que no esperabas” para que sepas que no estás sola, que tu camino no es  tan terrible como ahora te parece, que ése hijo del que entiendes tan poco y cuya llegada te obligó a renunciar a tanto, es en realidad lo mejor que te pudo haber pasado (aunque en este momento sea difícil verlo). Porque sí, sin duda alguna tengo al hijo que no esperaba, pero también tengo muchas más bendiciones de las que imaginaba.